28 oct 2024

Segundo finalista del XVI Cibercertamen literio d’ANIM : “Tourists go home VS turismo de masas”.

María Muñoz Serrado


Cuento: “REGRESO A ÍTACA”


Un puñado de marineros se agolpa en la proa del barco, sus ropas hechas jirones y sus caras sucias y cansadas cuentan la historia del largo viaje. Frente a ellos, los rayos del amanecer dan un aspecto fantasmagórico a la bahía de Vathí, un puerto natural de la añorada isla de Ítaca. A sus espaldas, apoyado en unos sacos raídos, Ulises duerme profundamente.

Sin embargo, la isla que se va descubriendo a medida que avanzan, no es la isla que recuerdan. Decenas de casitas pintadas de colores a lo largo de la bahía le dan aspecto de decorado, cerca de la costa numerosas embarcaciones blancas y compactas se mecen en el agua. Al acercarse pueden ver que los barquitos están habitados por personas con poquísima ropa que beben vino en la cubierta y se tumban bajo el sol; las casitas, por otro lado, parecen igualmente plagadas de gente con extrañas ropas de colores, entran y salen de ellas con las manos ocupadas, algunos se sientan en mesas a la entrada de alguno de los edificios y comen y beben, otros grupos parecen seguir con ansia a una persona que ondea una bandera en lo alto. Cuando llegan al puerto los marineros no dan crédito, el gentío es tal que apenas se puede poner un pie en tierra firme, el ruido es ensordecedor. Se miran los unos a los otros y no necesitan ni hablar para saber que están todos de acuerdo. Cogen con delicadeza a Ulises, que sigue profundamente dormido, y lo dejan en un estrecho pedazo de playa que se abre junto al puerto. Suben al barco y huyen de allí tan rápido como pueden. Ulises, al fin, está en su añorada Ítaca.

Una voz femenina saca al héroe de su letargo: “Has llegado a casa, pero te la han usurpado, Ulises.” La cara familiar de Atenea se presenta ante él. Aturdido, mira a su alrededor. El paisaje pedregoso y agreste le recuerda a su Ítaca natal, pero algunas cosas no encajan. Sobre las casas se ven carteles con inscripciones incomprensibles en un alfabeto desconocido: “Starbucks”, “Change here”, “Holiday Inn”, son innumerables. Tampoco puede reconocer a sus vecinos, cientos de personas con atuendos absurdos se pasean de aquí para allá, se paran de repente en posturas ridículas mientras algún otro sostiene un rectángulo metálico a poca distancia. Ulises no entiende nada y su rostro se lo deja claro a Atenea. “No hay nada que entender, lo importante es que nadie sepa que estás aquí. Ponte esto para que no te reconozcan y te mezcles con el gentío.” Ulises toma entre sus manos unas piezas de tela que no ha visto nunca, no sabe por dónde empezar. “No te entretengas, vamos, cámbiate. No puedo quedarme. Mucha suerte.”

Veinte minutos después y tras innumerables confusiones, Ulises se pone en marcha oculto bajo un disfraz que para él no tiene ningún sentido: unos pantalones cortos con bolsillos a los lados, una camiseta insospechadamente elástica con una inscripción que dice “Alguien que me quiere mucho estuvo en Benidorm y se acordó de mí” (signifique eso lo que signifique) y unos calcetines con unas sandalias marrones. En la cabeza un tocado de tela con visera. Así ataviado, Ulises pone rumbo a su palacio.

“¡Ulises!¡Ulises! ¿Eres tú? No me lo puedo creer…” Un rostro conocido aparece entre la gente. “¡Eumeo! ¡Amigo mío!”. Se abrazan brevemente, se golpean las espaldas con fuerza. “Pero Ulises, ya todos te dan por muerto, ¿cuándo has llegado? ¿Cómo? ¿Qué llevas puesto?”. “Bueno, bueno, intento pasar desapercibido, ya te contaré. ¿Y tú? ¿Dónde has dejado las cabras?”, al preguntar por las cabras Ulises mira la estampa con más atención. Eumeo, con un tocado similar al suyo y un delantal, se sitúa en una extraña carreta, la gente se aposta en un lateral y él va sirviéndoles pedazos de carne con pan. “Ay, mis pobres cabras… Ítaca ya no es lugar para pastores… Cuando empezaron a llegar los turistas y a construir hoteles se fueron perdiendo los campos y los prados. Hay que actualizarse, Ulises, así que vendí el rebaño y me compré esta foodtruck. Les encanta el gyros a los guiris.” Ulises apenas entiende un puñado de las palabras de Eumeo, pero asiente con firmeza ocultando su ignorancia. “Cuídate mucho, Eumeo, cuídate. Me voy, quiero llegar al palacio lo antes posible, no puedo entretenerme. No le digas a nadie que me has visto.” La cara de Eumeo cambia de repente, una expresión a medio camino entre la compasión y el hartazgo se instala en su rostro. “El palacio, el palacio… Qué tragedia, Ulises… Pobre Penélope, lo que ha sufrido peleando contra esos buitres. Pero poco ha podido hacer. Si vas deprisa, igual llegas antes del desahucio del viernes; si vas despacio, llegarás para verlo convertido en pisos turísticos.” La palabra “desahucio” resulta hueca en la mente de Ulises, pero entiende que la situación es grave, así que se ahorra la humillación de pedir aclaraciones y se despide apresuradamente de su amigo con otro poderoso golpe en la espalda.

El camino a palacio es largo y tedioso, la isla parece aún más árida que cuando salió de ella y el bochorno lo invade todo. En lugar de tierra y roca, todo parece invadido por una piedra lisa y oscura que supura calor, sobre ella se desplazan enormes carretas sin caballos que hacen arder el aire a su paso. Ulises siente las ropas húmedas y pegadas a su cuerpo. Al subir un repecho el palacio se presenta ante él, en la lejanía lo reconoce perfectamente, tiene el mismo aspecto que ha tenido siempre. O casi el mismo. Un grupo de gente que apenas podría llamarse multitud se agolpa a la entrada, gritan y cantan, transmiten algo a medio camino entre el jolgorio y la actitud beligerante. El grupo está cercado por una serie de individuos uniformados, aunque no reconoce su indumentaria, Ulises considera que deben de ser soldados. Le llaman la atención unas sábanas que cuelgan de los balcones en los que se puede leer “El palacio se queda” y “Fuera buitres de Ítaca”.

“Hoy nos plantamos frente a los especuladores, hoy decimos basta a un sistema que pone el beneficio de unos pocos por delante de nuestra propia vida, hoy defendemos el palacio de los fondos buitres y plantamos cara a quienes convierten nuestra isla en un parque temático.” Un joven con el pelo y la barba descuidadas se dirige a todos los presentes desde lo alto de la escalinata del palacio. “¿Quién es ese mendigo al que todos escuchan?” pregunta Ulises para sí mismo. “Si va usted a ser un Neanderthal, al menos no exhiba públicamente sus prejuicios y hable con respeto de todes. Ese es Telémaco, el hijo de la mujer a la que van a desahuciar. Ha llegado desde Alemania, donde se fue a trabajar, para apoyar a su madre. Merece nuestra admiración, no sus comentarios de mierda.” Ulises ha dejado de escuchar a la muchacha que le habla con tono agresivo. Ha dejado de escuchar en el momento en el que ha mencionado el nombre de su hijo. Ahora lo mira absorto, boquiabierto. “Mi madre, una madre soltera que tuvo que sacar adelante a su familia sin ayuda y sin apenas ingresos; una víctima, pero también una superviviente del patriarcado y de las más feroces expresiones de la masculinidad tóxica; mi madre, una mujer que ha luchado toda su vida, se enfrenta a un enemigo terrible. El proceso de turistificación que devora nuestra isla se ceba ahora con el palacio de mi familia, lo único que nos dejó mi padre antes de abandonarnos, la única seguridad de mi madre. Hasta hoy. Hoy es el día en el que las grandes corporaciones quieren echarla de su casa para hacer hueco a más y más turistas. Pero eso no va a ocurrir. No lo vamos a permitir. ¡No pasarán, no pasarán!” Todas las personas alrededor de Ulises gritan al unísono “No pasarán, no pasarán, no pasarán.”

Ulises se pone en guardia, ese cántico no puede ser sino un canto de guerra, la señal para que dé inicio la batalla. Sin embargo, nada se mueve. La muchedumbre sigue cantando, pero no avanzan contra los hombres uniformados, que son claramente sus enemigos. De repente, a Ulises se le nubla la vista, le fallan las piernas, se desorienta, se pierde. En lo alto de la escalinata aparece Penélope. Tan solo algunos mechones de pelo gris hacen pensar que han pasado veinte años. “Veinte años, veinte años llevo soportando las proposiciones de tantos y tantos pretendientes que vienen buscando mi palacio: cadenas hoteleras, multinacionales, fondos de inversión. Todos acechando, año tras año, para echarme de mi hogar.” Aplausos y vítores. “Y durante estos veinte años he rechazado a todos, en parte por orgullo y en parte por un amor ciego que me hacía pensar que volvería el que un día me abandonó.” Abucheos. “Pero hoy han vencido ellos, han encontrado la forma de expulsarme, de quedarse con mi palacio. Hoy mi espera ha terminado.” La multitud protesta, se opone. Penélope baja las escaleras. Los cánticos se intensifican y una piedra vuela hacia los extraños soldados uniformados. Estos, como si hubieran estado esperando la señal, alzan las porras que llevan y se echan sobre la multitud. La gente corre, Ulises se queda allí, de pie, aún cegado por la visión de Penélope. Una porra cae sobre su costado derecho, otra impacta en la rodilla, se derrumba en el suelo, no puede contar el resto de los golpes, son muchos. Cuando la tormenta amaina, una mano lo ayuda a levantarse. “Ulises, ¿de verdad tenías que volver precisamente hoy?” Penélope se presenta ante él con una dignidad y un aplomo que la edad no ha hecho más que aumentar. Ulises se desmorona, desencajado llora por su palacio, por su reino. “Ea, ea, ya es tarde para esto Ulises. Ya hemos sido derrotados. Probaremos a empezar de nuevo en otro sitio. Pero antes tienes mucho que explicarme, bueno, y tienes mucho que entender…”

Un sofocante calor, poco común para el mes de mayo, se cuela por las ventanas mal selladas del piso de Penélope y Ulises. Desde que llegaron a Egaleo, en la periferia de Atenas, las cosas han ido ordenándose poco a poco. Penélope ha encontrado un trabajo a tiempo parcial como teleoperadora. Ulises es reponedor en un hipermercado de la ciudad. La voz de Ulises rompe el silencio doméstico. “¿Has pedido ya las vacaciones? Yo tengo que cogerlas la segunda quincena de agosto necesariamente, dice mi jefe”. Penélope levanta la vista de los folletos que tiene entre manos. “Bueno, la última de agosto trabajo seguro, pero podemos coincidir la tercera. He estado mirando opciones, ¿has visto el todo incluido en Croacia que te pasé? Está muy bien de precio…”

 

JULIANA MOL


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