14 abr 2024

Hasta el 18 de julio, XVI Cibercertamen literario “TOURISTS GO HOME VS TURISMO DE MASAS"


 

Con la llegada de los vuelos baratos y cruceros potenciando los tradicionales medios de viaje se ha democratizado el viajar. Hacer turismo ha dejado de ser un privilegio al alcance de pocos.

El turismo de masas se ha convertido en  un motor económico muy importante que da trabajo y negocio a mucha gente. Lo que por un lado es interesante y deseable, el acercar culturas distantes y diferentes, tiene también su cara oscura.

El turismo masivo ha provocado:

-    Que fondos de inversión o particulares se dediquen a invertir en viviendas para su alquiler como pisos turísticos, resultando mucho más rentable que  el alquiler para el uso tradicional de hogar, dulce hogar, convirtiendo en una quimera el derecho constitucional a la vivienda. Ello ha provocado que mucha gente no pueda acceder al mercado de alquiler en condiciones aceptables; tenemos el ejemplo de maestros y enfermeras con trabajo estable viviendo en caravanas en las islas baleares y otros lugares.

-       La gentrificación de las ciudades con la expulsión de los habitantes tradicionales al aumentar los precios de los alquileres y la desaparición del comercio tradicional sustituido por tiendas para satisfacer las “necesidades” del turismo (tiendas de recuerdos, bares, restaurantes…)

-       La conversión de los centros de las ciudades en parques temáticos turísticos suponiendo la pérdida de identidad de aquellas con más atractivo; más allá de sus monumentos, los centros de las ciudades son casi todos idénticos. Centros masificados donde no se puede ni andar debido al volumen de gente.

-       Fuera de la ciudad el problema es prácticamente el mismo. Lugares donde la naturaleza debe ser protegida limitando el acceso al público para salvaguardarlos de la masa de visitantes. Un ejemplo: la subida al Everest llena de basura y restos de equipos  de expediciones, o los accesos a parques naturales…

-       Una problemática medioambiental en cuanto a los consumos de agua (campos de golf, piscinas, hoteles…), gestión de residuos, la contaminación ligada a los vuelos y a otros medios de transporte, destrucción de habitáculos naturales, todo ello inmerso dentro de la carrera para combatir el cambio climático.

-       Así mismo, ha dado lugar a un cambio de hábitos que lo han convertido en un objeto de consumo más; recolectamos fotos, lugares y experiencias sin mezclarnos con la población local, sin conocer su cultura, convirtiendo el viajar en un marcar lugares para la colección al dictado de las modas turísticas (lugares igual de bonitos sin gente por falta de promoción y otros saturados de turistas)

-       Genera una presión para que no nos sintamos menos que los demás que conduce a una obligación de viajar fomentada por las redes sociales y la vida de escaparate: yo también viajo y si puede ser más lejos y más exótico…

 ¿Se ha convertido el turismo en una plaga y en cierta obligación? ¿Es compatible la sociedad del ocio con la vida en las ciudades con cierto atractivo? ¿Podemos mantener a nivel medioambiental este tipo de turismo masivo?

Esperamos que vuestros cuentos profundicen en estas cuestiones y otras similares.

De todo, parte o algo de eso deben tratar los cuentos de este año para el XVI Cibercertamen de cuentos de ANIM (Premio Hipatia de Alejandría)

Explícanos tu punto de vista. Participa. Haznos llegar tu parecer en forma de cuento o de relato corto a animcontacta@gmail.com antes del 18 de julio. El ganador del concurso será galardonado con el Premio Hipatia de Alejandría 2024, premio dotado con 300 € que patrocina el organizador, ANIM.

Bases del concurso “TOURISTS GO HOME VS TURISMO DE MASAS”.

1. Podrán participar, sin perjuicio del lugar de nacimiento o de residencia de los autores, los cuentos y relatos inéditos que además reúnan las condiciones que se detallan a continuación.

2. Las obras podrán estar escritas en español o en catalán.

3. La extensión de las obras no podrá exceder de 12.000 caracteres incluyendo los espacios.

4. El contenido de las obras tendrá que versar o estar relacionado con las reflexiones expresadas anteriormente.

5. El envío de los originales se hará por correo electrónico, no se admitirán los envíos por correo postal.

6. El envío por correo electrónico contendrá dos archivos adjuntos:

6.a. El relato, que deberá ir firmado con el pseudónimo y enviado en formato texto (word o similar).

6.b. La plica, en la que se hará constar: pseudónimo, nombre y apellidos del autor, dirección actual, teléfono y correo electrónico de contacto. El nombre con que se identifiquen los dos archivos será o el título del cuento o el pseudónimo del autor.  NO se admitirán correos que contengan más de un cuento. En todo caso, deberá enviarse un correo por cuento con su correspondiente plica.

7. La dirección electrónica para participar es animcontacta@gmail.com. También se podrá participar desde la página web www.lleidaparticipa.cat/anim.

8 La admisión de obras a concurso finalizará el 18 de julio de 2024.

9 ANIM, entidad convocante y organizadora, se reserva el derecho de editar los cuentos a través de cualquier tipo de apoyo.

10. Los autores mantendrán en cualquier caso los derechos de autor.

11. El Jurado estará formado por personas designadas por la organización. La composición del jurado se dará a conocer en el momento de hacer público el veredicto. Los miembros del Jurado no podrán participar en el concurso.

12. Durante el mes de octubre de 2024 se hará pública la decisión del Jurado, la cual será inapelable. La organización difundirá el veredicto a través de los medios de comunicación y hará constar: el ganador, la fecha y el lugar de entrega del premio.

13. El ganador recibirá el Premio HIPATIA de ALEJANDRÍA 2024, dotado con 300€ que patrocina el organizador.

14. La participación en el concurso implicará la aceptación de las bases por parte del participante. Para cualquier situación que no se haya previsto en estas bases se atenderá a lo que disponga el Jurado.

15. De conformidad con la Ley de protección de datos de carácter personal, la organización advierte que los datos de los participantes se incorporarán a un fichero que utiliza para difundir información de sus actividades. El titular podrá ejercer los derechos de acceso, rectificación, y cancelación, enviando una petición escrita a ANIM.

28 mar 2024

Libro del mes: El monstruo de la memoria de Yishau Sarid


¿En qué momento se convierte la memoria histórica en un monstruo? Un joven historiador israelí, experto en los métodos de exterminio nazis, empieza a dirigir excursiones a los campos de muerte en Polonia a fin de ganar un poco más de dinero para mantener a su pequeña familia. Ahí lleva soldados, políticos y sobre todo alumnos de secundaria israelíes. En su carácter de "representante de la memoria", su tarea principal es asegurar, ciñéndose siempre al discurso oficial, que los jóvenes no se olviden nunca de lo que pasó. Y lo hace bien; cada vez le dan más trabajo y tiene que pasar más tiempo en Polonia, lejos de su mujer y su hijo. Los campos de exterminio se convierten así en su ambiente laboral y lo atroz va penetrando en su alma: con horror, descubre en las personas que guía y en sí mismo cierta admiración por la fuerza y la capacidad de ejecución de los asesinos. Para sobrevivir en este mundo, le dice un alumno en una de las visitas, "tenemos que ser un poco nazis". Poco a poco, el historiador se da cuenta de que ninguno de los visitantes está dispuesto a mirar de frente los crímenes y sus consecuencias morales y que el discurso pronunciado por él con tanta contundencia tampoco los prepara para ello.

Escrita con un lenguaje preciso e incisivo, El monstruo de la memoria es una novela de resonancia universal que advierte de los peligros que acechan a los países y a sus pueblos a la hora de construir una memoria histórica. En este relato de ascenso y caída inevitable, Sarid despliega los procesos destructivos y perversos que atraviesa un agente de la memoria en el intento de hacer bien su trabajo.


PUNTUACION DE ANIM: Pendiente



 

19 ene 2024

Libro del mes: Los perros y los lobos de Irène Némirovsky


Publicada por primera vez en 1940 -año en que Irène Némirovsky huyó de París en compañía de su marido y sus dos pequeñas hijas para refugiarse en un pueblo de la Borgoña-, ésta es la última obra que la autora de la magistral
Suite francesa publicó en vida, dos años antes de su deportación y asesinato en Auschwitz.

Ada y Harry Sinner, parientes lejanos, son dos jóvenes judíos procedentes de niveles sociales muy distintos a quienes un recuerdo infantil ha dejado una huella imborrable en sus vidas. Ada abandonó Ucrania poco antes de la revolución bolchevique, se ha casado con su primo Ben y lucha por abrirse camino como pintora. Harry, por su parte, ha contraído matrimonio con una joven francesa, hermosa, rica y católica, y se mueve en el mundo de las altas finanzas. Pero la fascinación que siente al contemplar dos cuadros de Ada en un escaparate lo llevan a recordar el mundo que ambos han dejado atrás.

Con su destreza habitual para el retrato psicológico, Némirovsky delinea con claridad el torbellino de sentimientos de un clásico triángulo amoroso. Al hilo de los apasionados personajes, el relato transporta al lector desde Ucrania hasta el París de los años veinte, y la tensión narrativa crece sin cesar hasta la conclusión del relato.


PUNTUACION DE ANIM: Pendiente

12 ene 2024

Libro del mes: Un amor de Sara Mesa

 


La historia de Un amor ocurre en La Escapa, un pequeño núcleo rural donde Nat, una joven e ​inexperta traductora, acaba de mudarse. Su casero, que le regala un perro como gesto de bienvenida, no tardará en mostrar su verdadera cara, y los conflictos en torno a la casa alquilada –una construcción pobre, llena de grietas y goteras– se convertirán en una verdadera obsesión para ella. El resto de los habitantes de la zona –la chica de la tienda, Píter el hippie, la vieja y demente Roberta, Andreas el alemán, la familia de ciudad que pasa allí los fines de semana– acogerán a Nat con aparente normalidad, mientras de fondo laten la incomprensión y la extrañeza mutuas.

La Escapa, con el monte de El Glauco siempre presente, terminará adquiriendo una personalidad propia, oprimente y confusa, que enfrentará a Nat no solo con sus vecinos, sino también consigo misma y sus propios fracasos. Llena de silencios y equívocos, de prejuicios y sobrentendidos, de tabús y transgresiones, Un amor aborda, de manera implícita pero constante, el asunto del lenguaje no como forma de comunicación sino de exclusión y diferencia.

Sara Mesa vuelve a confrontar al lector con los límites de su propia moral en una obra ambiciosa, arriesgada y sólida en la que, como si de una tragedia griega se tratara, las pulsiones más insospechadas de sus protagonistas van emergiendo poco a poco mientras, de forma paralela, la comunidad construye su chivo expiatorio.


PUNTUACION DE ANIM : 6,5

10 dic 2023

Libro del mes: Una historia ridícula de Luis Landero


Marcial es un hombre exigente, con don de palabra, y orgulloso de su formación autodidacta. Un día se encuentra con una mujer que no solo le fascina, sino que reúne todo aquello que le gustaría tener en la vida: buen gusto, alta posición, relaciones con gente interesante. Él, que tiene un alto concepto de sí mismo, es de hecho encargado en una empresa cárnica. Ella, que se ha presentado como Pepita, es estudiosa del arte y pertenece a una familia adinerada. Marcial necesita contarnos su historia de amor, el despliegue de sus talentos para conquistarla, su estrategia para desbancar a los otros pretendientes y sobre todo qué ocurrió cuando fue invitado a una fiesta en casa de su amada.

PUNTUACION DE ANIM: 5,9


 

10 nov 2023

Libro del mes: Las Horas de Michael Cunningham

 

"Las Horas" es una obra inolvidable sobre tres mujeres que arroja una nueva y deslumbrante luz sobre Virginia Woolf y su novela La señora Dalloway.

En el Londres de los años veinte, Virginia Woolf empieza a concebir una nueva obra, la que será la célebre novela La señora Dalloway. En 1949, Laura Brown, una joven ama de casa de Los Angeles, prepara una tarta de cumpleaños para su marido con la ayuda de su hijo pequeño, Richie, mientras sólo piensa en seguir leyendo la novela de Virginia Woolf. En los años noventa, en Nueva York, Clarissa Vaughan compra flores para una fiesta en honor de Richard, un antiguo amigo enfermo de SIDA que ha recibido un importante premio literario.

3 nov 2023

Relato ganador “Demasiada carga“ de Ernesto Daniel Bollini . XV Cibercertamen Hipatia de Alejandría de literatura breve de ANIM




Ernesto Daniel Bollini, nacido ocasionalmente en Inglaterra Londres el 30de diciembre de 1959, argentino naturalizado y farmacéutico de profesión. Casado en segundas nupcias con Verónica y cuatro hijos: Gabriel, Mariana Sebastián y Victoria.

Escritor por vocación, con cinco novelas inéditas y varios relatos publicados en antologías de Argentina y España.

Novelas inéditas: "Igualito", "El inventor de adjetivos", "Irme", "Perro en llamas" y "El alma de Ángel Gugnali".

Relatos publicados: "Una mujer completa" (Concurso Mujeres de la Sierra de Segura- España)/ "Bruxismo" (Concurso Mundos en Tinieblas- Argentina)/ "El peso de los muertos" (Papel- España)/ "Una muchacha que mira el mar" (Antología Ruinas Circulares- Argentina)/ "Los árboles negros" (Editorial Ojos verdes- Sueños)/ "La decepción" (Editorial Ojos verdes- Cartas en el agua)/ "Loco de amor" (Una mirada a la enfermedad mental- España)/ "Cambios" (Editorial Letras como espada- España)/ "La inocencia" (El muro del escritor- España)/ 1er premio (Concurso de Homenaje a Horacio Quiroga- Argentina).

Poemas publicados: "Yo no salgo de mí" (La masa literaria- México)/ "La prosa" (Gambito de papel- Argentina).

 

Demasiada carga

Elena vio formas y figuras, sombras que se le escurrían bajo la cama, espectros. Luego, abrió los ojos, segura de haber escuchado la alarma del camión de bomberos, o de la policía.

-        No quiero, por favor- alcanzó a murmurar.

Se sintió saqueada, desnuda. Algo la absorbía desde abajo, no exactamente desde el colchón, un poder que la atraía y la empujaba, pero a su vez le quitaba fuerzas, la debilitaba. Se levantó el suéter y dejó al descubierto un pezón hinchado y rojo. Ya no se tomaba la molestia de vestirse con el camisón para dormir. Se derrumbaba en la cama con lo puesto.

Como de costumbre, Carlos le acercó la hembrita de vampiro. A Elena le gustaba el contacto con la vampira, su aroma a óleo calcáreo y a talco. La tibieza de las mucosas. Percibir los latidos del pecho en su pecho, en el pecho de las dos. El sueño que iba y venía, en ramalazos. Pero también odiaba sentir que el pequeño animal la vaciaba, la exprimía hasta secarla. Soñó que se quedaba sin sangre, la piel y los ojos se le tornaban blancos, las ojeras, negras como una noche de insomnio y que su madre le decía que no era grave, y que podían reemplazar el plasma por licuado de banana con leche. Alguien, ¿Carlos?, le ponía una sonda, pinchándole el brazo. A Elena le encantaba el licuado de banana con leche. Su madre era especialista en prepararlo, con unas gotas de esencia de vainilla y tres cucharadas de azúcar negra.

La bebé vampiro emitió un quejido débil, y soltó una voz ligera y cascada de satisfacción. Elena despertó, sobresaltada. Luego comenzó la ceremonia del paseo en brazos. Pensó sin proponérselo en cosas tristes, en libros y películas que describían las épocas del trabajo forzado y las absurdas revoluciones. Se dirigió a la cocina con su carga, bebió de una taza servida horas atrás de café frío hecho el día anterior, y se frotó la cara para despabilarse y que no se le resbalara, como casi le ocurrió a Carlos la otra semana. Motivo de agrias discusiones. El bebé vampiro solía ser motivo de agrias discusiones. Pero a veces no. Elena y Carlos coincidían fuertemente en el deseo de que creciera bien, con salud, lejos de las malas tentaciones mundanas, del tiempo libre y del caos. Y llena de educación y cultura y deportes.

-        Será abogada, como papá- decía Elena, en homenaje satisfactorio- Pero que elija por su cuenta, ¿verdad?

-        Será fanática del Rayo, como yo, pero tampoco me voy a disgustar si sale madridista- decía Carlos, para demostrar su apertura mental.- y jugará al hockey sobre césped.

Todo funcionaba a las mil maravillas, de no ser por cierta pesadumbre indefinida que se encaramaba a los hombros de la mujer como un escapulario de hierro, y le impedía ser feliz. Ella lo atribuía a la somnolencia permanente, a esa sirena que sonaba con estrépito, ensordeciéndola, cinco, seis veces por noche. Y Carlos debía despertarse temprano para ir a la oficina, de modo que no se lo podía molestar.

-        Tú no trabajas, Elena- decía Carlos- Ocúpate de hacerla callar.

-        No quiero- repetía Elena, y cargaba en brazos al bebé vampiro. Ella había dejado su empleo de docente para ser madre, a pesar del constante susurro de esa misma frase repetida, no quiero, que había caído derrotada por el peso de la evidencia: Carlos cobraba más dinero, y era varón. Por eso cobraba más dinero.

La muchacha se preguntó una mañana por qué esas dos palabras ya no surtían efecto. El no quiero resultaba siempre inocuo, transparente como un suspiro. Eran meros sonidos, apenas ruido. Peor aún, eran exactamente lo opuesto a lo que finalmente ocurría. Eran la antesala para doblar la cintura ante la guarida de la vampira, recoger esa masa anhelante de hipo y berridos, y levantarse el suéter para ser vaciada de nuevo.

Sin embargo, la ceremonia la cautivaba. O era su destino. O la cautivaba porque era su destino. Elena no se cuestionaba el sufrimiento autoinfligido. No quería cambiar las cosas. No era rebelde. Se conformaba. Tan sólo se preguntaba, cada tanto, un poco desconcertada, por qué pronunciaba la frase no quiero y no ocurría nada. O más bien ocurría siempre lo mismo.

 Las horas pasaron, lentas e iguales, y luego los días y Elena fue alejándose de esa mañana en la que se preguntó por qué nunca surtía efecto el no quiero. Siempre debía querer. Así eran las cosas. Punto.

Pasaron también las monótonas noches, el sueño interrumpido por la sirena, más discusiones, la vigilia permanente que le permitía sentarse en la cama a meditar, mientras amamantaba a la vampira y Carlos roncaba. Pensaba que nadie le había contado nunca la verdad. Su madre, sus hermanas, sus amigas, le habían asegurado que era tan bonito, tan enternecedor, no hay nada como tener un hijo, ya lo verás. Se sintió de pronto estafada, engañada por una oscura y masiva confabulación de mujeres, por una logia de madres optimistas y negadoras.

Y al fin llegó, como era previsible, el momento en el que Elena consideró seriamente la posibilidad de desembarazarse del bebé vampiro. Era esa otra palabra curiosa, porque había estado embarazada, sí, y eso no tenía vuelta atrás. Debía ser pura casualidad que embarazo significara molestia, obstáculo, fastidio. Sí, pura casualidad. Pero Elena pensó en desembarazarse. Lo supo nítidamente, con la certeza de las revelaciones místicas. Le costaba reflexionar con claridad a causa del estado hipnótico en el que vivía, pero se convenció de que la idea era viable. Entrecerró los ojos y soñó que volaba, que era viento y lluvia. Y que luego se disolvía y se evaporaba en un incendio al que raudamente acudían los bomberos. Cuando despertó, agitada y aturdida por el llanto de la bebé vampiro, supo que estaba obligada a desembarazarse de ella si no quería morir.

No pensó en matarla, claro está. Tan sólo en sacársela de encima, pasársela a otra persona, transferir la carga para aligerarse, pero ¿a quién? Su madre vivía en otra ciudad, su padre había muerto. ¿Carlos? Era un poco inútil para esas cosas. Casi se le resbala de las manos un día. No es que Elena recordara como una maldición el suceso, que no lograra sacárselo de la cabeza. Pero su esposo lo mentaba a cada instante.

-        Recuerda que un día casi se me cae- se quejaba, casi en un lamento, cuando le tocaba el turno de auparlo.

Y ese argumento era incontestable, como la sentencia de un patriarca de barba blanca y lentes.

Desembarazarse. Aliviarse. ¿Por qué no? La idea era monstruosa, antinatural, pero un vampiro es también monstruoso y antinatural. Madre desnaturalizada, le dirían. ¿El padre no lo sería también? ¿Un padre que teme que su vástago se le resbale? Madre y padre desnaturalizados, progenitores de un vampiro.

Elena sintió un tirón en el seno y se despertó de su soliloquio de ensueño. Ansiosa, la bebé vampiro chupaba su pitanza. ¿En qué había estado pensando esta madre desnaturalizada? ¿En abandonar su misión, su causa? Elena se sintió mareada, cansada y triste, todo a un tiempo. ¿Cómo podían albergarse ideas tan descabelladas en el alma de una madre? ¿Cómo podían contradecirse así todas las enseñanzas morales de siglos y siglos? No. Nada de eso. Había que cumplir con el mandato ancestral. Nada de pensar. Nada de defraudar a la cofradía de madres positivas.

Sin embargo, el peso era tan grande que el desembarazo le sonaba a Elena como un alivio mágico, sobrenatural.

-        No pienses- se dijo Elena.

La vampira crecía y crecía, y Elena se debilitaba y se vaciaba. Menos por fe religiosa que por hacer algo de una vez, decidió, una tarde de espanto, de jaqueca y náuseas, ir a rezar a la capilla del Padre Pepe. Poca gente, lo de siempre. Ancianitas manoseando el rosario, desocupados pidiéndole empleo a su dios. Debía contarle a alguna persona de sus locuras, sus desvaríos de madre pecadora. Necesitaba castigo.

El confesionario estaba vacío. Descorrió las cortinas, raídas como su espíritu, y apoyó a la vampira en el taburete de los penitentes, porque le pesaba demasiado. Fijó la vista en una breve cruz de madera que adornaba el pequeño recinto. De pronto, se le iluminó el rostro, las mejillas grises, la boca reseca por la sed, por la deshidratación que le causaba la bebé vampiro. ¿De qué manera nos desembarazamos de un vampiro? Mostrándole una cruz, por supuesto. Eso era. El mejor lugar para abandonarlo era la capilla del Padre Pepe. Que se quedara con la cruz de Elena, que cargara con la cruz. La cruz que ahuyenta a los vampiros. El Padre Pepe. Una gran persona. Él se haría cargo. Un Padre en serio, no como otros.

Un rayo de última luz vespertina se filtró por los ventanales. Elena lo interpretó como un asentimiento, o un permiso. Fue la señal que necesitaba. Volvió a correr los pesados paños negros, ocultando a la vampira, y se dirigió al portón de salida, ya libre de los grilletes que la encadenaban. Se sintió aliviada, fresca y nueva.

Pero nunca se había propuesto seriamente dejarla. ¿O sí? Lo cierto es que los feligreses fueron testigos de los tres pasos que dio Elena hacia el portal de salida, y de los otros tres que dio de regreso. Exactamente seis pasos en total porque la duda, la culpa, el temor, la responsabilidad, le apretaron el pecho. Demasiada carga. Demasiada carga dejarla, demasiada carga llevársela. Sin embargo, la amaba, sabiéndolo o no. Sintió pánico al suponer que alguien se la podía haber robado. Porque era suya. De su indiscutida propiedad. Pero allí estaba. Levantó a la bebé vampiro, que aún dormía. La apretó contra su pecho, canturreándole una canción de cuna, la misma que su mamá le cantara a ella, y su abuela a su mamá. Una canción suave que la amenazaba con males de infierno si no se dormía. Elena pensó que las canciones de cuna existirían en todos los idiomas del universo porque un infante despierto es angustia y desesperación para la humanidad. La bebé vampiro lloriqueó un instante, entreabriendo una boca rosada, dulce, observando el mundo con desconcierto, pero volvió a dormirse enseguida, y siguió rezongando en sueños.

Elena caminó hacia la calle. El no quiero resonó en su cabeza como una letanía, y se mezcló en su mente con el quejido lastimero de la bebé vampiro, que le rogaba protección con los ojos entrecerrados. Demasiada carga. Pero cargaría con ella. Cargaría con la responsabilidad. Cargaría con todas las maldiciones de su género. Con todas sus obligaciones, verdaderas o ficticias. Supo que debía ser así.

Pero supo también, en ese instante único, que de allí en adelante su tarea en la vida sería enseñarle a su hija, sacando fuerzas de donde no tenía, a que hiciera valer, cuando creciera, su propio no quiero.

 

                                                   MACIEL PALERMO


31 oct 2023

Primera finalista: “Habitación 16” de Raquel Fontecha Cuenca. XV Cibercertamen Hipatia de Alejandría de literatura breve de ANIM


Raquel Fontecha Cuenca (Miranda de Ebro, 1979) es licenciada en Ciencias Políticas y su trayectoria profesional se ha desarrollado principalmente entre el mundo académico y la consultoría. Hace unos años decidió dar un nuevo rumbo a su vida y retomó lo que siempre había considerado su pasión: la escritura y los libros. Para ello se formó como correctora y editora, colaborando desde entonces con pequeñas editoriales independientes.

 Asimismo, algunos de sus relatos han sido publicados en diversas antologías.

Tras casi dos décadas en Madrid. La pandemia dio una vuelta más de tuerca a su trayectoria y se lanzó a la aventura de abrir una librería en Lleida, la irreductible, cumpliendo de esta forma un sueño y poniendo las bases de un proyecto de vida.

 

Habitación 16

 

«Tener hijos. Un hogar. Una vida. Eso es todo lo que podemos hacer. Cualquiera de nosotros».

Bienvenida, de John Edgar Wideman

 

— ¡Elena, la 16! —la voz de Sonia me llega a través de la puerta.

— ¡Voy! —replico—. Ni tres minutos, joder, ni tres putos minutos —concluyo para mí. Me apresuro a salir, un último vistazo para comprobar que todavía nada. Me restriego las manos en la bata y lo introduzco en el bolsillo exterior, como si fuese un termómetro.

En la 16 me esperan Carmela y Aurora, mujeres ambas de edad indefinida: ¿ochenta?, ¿noventa? Qué más da, para ellas todos los días son iguales. ¿Acaso no lo son para mí? No me gusta el turno de mañana. Ninguno es bueno, pero en la mañana parece que todas están más activas, por la tarde pasan más tiempo dormitando, ensimismadas, distraídas. La jornada diaria como metáfora de la vida. Y yo deseando que llegue el ocaso.

Aurora se ha vuelto a quitar el pañal: hay que limpiarla, cambiar la ropa de cama y calmarla. Lleva días muy alterada, lo que pone nerviosa a Carmela. Y a mí.

—Aurora, bonita, otra vez se ha quitado el pañal. ¿No ve que así solo se hace mal a usted misma? —una y otra vez le repito lo mismo. Es como un mantra. Inútil.

Las náuseas se disimulan mejor con la mascarilla puesta. ¡Bendita pandemia! Aún no he conseguido acostumbrarme al olor agrio de estas viejas a las que solo lavamos una vez por semana. Mucho menos al de su detritus.

No creo que llegue a acostumbrarme. Nunca. Pero aquí estoy, enredada. Rechazo el pensamiento.

—La peor es Susana —murmura Aurora. No está dormida, cree que habla con alguien—. El niño se porta bien, es un angelito, y Noelia, ay, ¡Noelia llora tanto…! —A la anciana se le anegan los ojos de lágrimas. Lleva dos días en los que casi no duerme, todo el día relatando y relatando.

Hace casi tres años que trabajo aquí —¿cuándo dejó de ser algo provisional?— y, por lo que sé, no ha recibido ninguna visita en ese tiempo. No es la única, pero muchas de las otras están casi vegetales. Aurora hasta hace unos días razonaba bastante bien, era una mujer entrañable, podría decirse incluso que vivaracha. ¿Cómo puede ser que nadie se acuerde de ella? Al principio le pregunté si tenía familia. Error de novata. La jefa de planta me llamó a un aparte: la gran mayoría de las personas que están aquí tienen familia, a la gran mayoría se las han quitado de encima. El sitio está lo suficientemente alejado de todo como para ser una excusa contundente. Frente al resto, pero, sobre todo, frente a ellos mismos.

—Pero ¿y sus hijos? —recuerdo haber replicado.

—Sus hijos tienen mejores cosas que hacer. No hagas preguntas que puedan alterar a las internas, bastante tenemos ya.

Desde entonces no trato de mantener conversaciones, me limito a escuchar. A veces, simplemente las oigo perorar. Como quien oye llover.

—Susana siempre pide —continúa Aurora—, pero nunca da. Por su culpa me tuve que casar tan joven, ¿sabes? Yo era actriz, me codeaba con Carmen Sevilla. Carmencita, le decía yo. Yo habría hecho películas con ella, éramos muy amigas. Carmencita. Pero Susana lo echó todo a perder. No te creas que yo no era guapa. ¡La que más! La Sevilla no me llegaba a la suela del zapato. Yo habría sido famosa, y no ella. ¡Ay, la Carmencita, no se alegraría ni nada de mi desgracia! Susana no me ha dado ninguna alegría —la anciana no para de hablar. Yo me pregunto qué habrá pasado. ¿Acaso había venido alguien a verla y se le ha desbloqueado algo en la memoria?

—Aurora, cariño, intente ponerse un poco de lado, a ver si me ayuda un poco —la compañera de la noche le había ajustado el pañal de tal modo que tiene marcas en las caderas. El cuerpo de Aurora me recuerda al de mi abuela: de un blanco inmaculado, nunca expuesto al sol, siempre cubierto por la ropa; una piel finísima se le pega a los huesos en las extremidades. La zona de las caderas se ve marcada por las cinchas del pañal. La compañera se había empleado a fondo para apretarlo. Aun así, se lo ha arrancado. O quizá por eso. Nunca sabes cómo acertar. A la de la cama de la ventana de la habitación del otro lado del pasillo la atan siempre, si Aurora repite lo de hoy, también la atarán. Sobre todo si nadie viene a verla. ¿A quién se va a quejar?

—Me dejó seca. Yo era muy salerosa, ¿sabes? ¡Y qué tipo tenía! No como ahora, que parece que no les dan de comer. ¡Habrase visto! Como si estuvieran enfermas. ¿Cómo va a ser eso bonito? Pero la muy desagradecida me dejó seca. Seca. Tuve que arreglar toda la ropa, parecía un espantapájaros, de lo delgada que me dejó. Todas me decían que cuando dejase de dar el pecho… —la anciana se ha girado en la cama, así que escuchar me escucha, pero no para de hablar. ¿Con quién creerá que conversa?

En la zona más saliente del hueso ilíaco se aprecia que la rozadura del pañal ha derivado en herida. Limpio su cuerpo lo mejor que puedo y le pongo un camisón limpio, con prisa, siempre hay prisa. Reutilizamos las esponjas, no deberíamos, pero no se llega a todo. Ya no pienso en la cantidad de protocolos que incumplimos, solo sirve para hacerme mala sangre. Los primeros días lloraba de rabia y de impotencia. Pero te acostumbras a todo. Será verdad que al final me acostumbraré también al olor a podredumbre.

—Tenía los pezones en carne viva —continua Aurora con su perorata—. No soportaba el dolor. Es que la muy ladina me mordía. La matrona me decía que exageraba, que era una blanda, que todas las mujeres son madres y ninguna se quejaba como lo hacía yo. Luego llegaba a casa y solo quería llorar. Susana se amorraba a mi teta y quería que fuese su esclava: teta para comer, teta para dormir, teta, teta y teta. ¿Y yo qué? Nadie me creía, nadie me escuchaba, nadie me veía. Mi marido me obligaba a comer. Aun así, adelgacé, claro. No me reconocía en los espejos. ¡Con lo que yo había sido! Y solo hacía que llorar. En la flor de la vida y ya marchita.

Cuando se está corto de personal, como es lo habitual, cambiar las sábanas sin sacar de la cama a su inquilina tiene su truco.

—A ver, Aurora, ahora nos vamos a sentar en el borde de la cama. Sí, agárrese a mí, eso es. Lo hace usted muy bien. Para que luego diga que está marchita, ¡si está en plena forma!

Es un trabajo muy físico, este. El primer año estuve dos semanas de baja con una contractura. Mucha charla de prevención de riesgos laborales, muchos protocolos… pero si no somos dos para levantar a una paciente, ¿cómo vamos a evitar riesgos? Luego desde la mutua todo son pegas. Y la responsabilidad es tuya por incumplir el protocolo.

—Pero no dejé de dar el pecho —Aurora necesita sacar todo eso fuera, ahora me doy cuenta— porque llegó Manolín. ¡Ay, mi Manolín! Era un angelito. No lloraba, comía de un tirón, y dormía, ¡cómo dormía! Daba gusto verle. Ni diez meses se llevan. Eso de que en la cuarentena no te quedas embarazada… El doctor me decía que era porque no le daba el pecho a Susana siempre que me lo pedía. ¡Pero si tenía los pezones destrozados! Así que, a los nueve meses, vuelta a empezar. Pero mi Manolín es un santo.

—Necesito que se agarre a mí de nuevo, Aurora, vamos a hacer un poder por levantar un poco el culete para tumbarnos sobre la parte de arriba de la cama, la que ya tiene la sábana limpia —le explico. Hemos completado lo más engorroso sin que se caiga de la cama durante el tiempo que ha permanecido sentada.

Aún recuerdo la primera vez que me confié. La anciana de la 19 se rompió el húmero y la clavícula. Tuve suerte de que a su familia ni se le informó. Es de las que no vienen más que por Navidad. Desde entonces tengo mucho cuidado, son como niños, algunas de las mujeres son tan mayores que no pueden andar o mantenerse en pie sin ayuda. Aurora hace lo que le digo y con ayuda de la grúa consigo situarla en la parte alta de la cama, bien arriba. Apenas pesa cincuenta quilos. Estiro la bajera sobre el resto del colchón y termino de ponerle por encima la sobada sábana blanca. No aguantará muchos más lavados. Subo las barreras de protección de la cama articulada y me dispongo a recoger las ropas sucias.

—Yo no quería tener más hijos, sabes —Aurora me retiene agarrándome fuerte de la manga—, quería volver a tener una vida. No me importaba que mi marido se fuese con otras, yo no quería dormir con él. Solo quería que todo desapareciera y volver a ser actriz. ¿Acaso me preguntaron si quería ser madre? Mi cuñada me dejó de hablar cuando le dije que sentía descanso después de haber tenido aquel aborto. Pero luego llegó el castigo con el nacimiento de Noelia. Ojalá la hubiera ahogado nada más nacer, podría haber dicho que había nacido muerta. Podría haberla metido en un saco de arpillera, a los tres, haber cerrado el saco y haberlo lanzado al río, como hacía mi padre con las camadas de gatos.

Me quedo parada. ¿Acaba de decir que debería haber matado a sus hijos? Su mano suelta el agarre y cae sobre el colchón, inerte. Aurora ha cerrado los ojos y parece dormir. Aprovecho para salir de la habitación. Tiro las ropas sucias al carrito de la lavandería y oigo que me llaman para ayudar en la 11.

—Hay que bañarlas. A las dos —es Sonia de nuevo—. Sí, ya sé que no les toca, pero viene la familia de la loca y ya sabes cómo se ponen. Las quiero limpias y relucientes, sábanas que no estén tazadas, ni una mota de polvo, habitación ventilada y todo en orden. Te envío a Nadia, tú ve haciendo.

La loca se llama Juana y no está loca. Lo que pasa es que siempre cuenta cosas inverosímiles: desde recepciones reales hasta un marido diplomático que la paseó por medio mundo. Concierto de los Beatles en España, en primera fila. El Mayo francés, ella estuvo allí. Jomeini proclama la República Islámica, no podía faltar a la cita. Caída de las Torres Gemelas, testigo de excepción. Y lo mejor de todo es que cree que está en una residencia de lujo. Su familia se da muchos aires y son muy tiquismiquis con todo. Pero a decir verdad son de los pocos a los que se ve con asiduidad por aquí. De los pocos que dan la sensación de preocuparse por la persona que tienen aquí.

Juana me está contando algo de su marido, el embajador, pero yo estoy de debate interno. Tengo claro el momento en el que una mujer deja de ser mujer, un individuo, para pasar a ser madre y no tener otro papel que ese. Pero ¿cuándo se revierte? ¿Cuándo deja una madre de serlo para pasar a convertirse en un estorbo? ¿Hay algún paso intermedio? ¿Se puede salir de la maternidad? Salir con dignidad, quiero decir.

—Elena, la 16 otra vez, es urgente —la voz de Sonia corta mi conversación interior y hace que pierda el hilo. Hay algo importante escondido en mi mente y no soy capaz de atrapar el pensamiento correcto. Cuanto más lo busco más se aleja. Tengo que hacer como que miro para otro lado. Lo importante da paso a lo urgente: habitación 16.

—… no, no, no, no quiero ser madre. ¡Dejad que me vaya! No quiero, no, no, no y no, nadie me preguntó, no me podéis obligar. ¡No quiero ver al bebé, me quiero ir a mi casa!

Aurora se ha quedado atrapada. Su mente cree que está en el hospital porque ha sido madre. Su cuerpo está encajonado de manera inverosímil entre los barrotes fijos y los móviles de la cama articulada que ocupa desde hace más de diez años en la residencia.

En el forcejeo con la anciana se agarra del bolsillo de mi uniforme, rasgándolo. El test de embarazo cae al suelo, yendo a parar bajo la cama. Ea, ahí está.

—No tengas hijos nunca, nunca, ni se te ocurra —la voz de Aurora suena autoritaria pero lúcida. Nos miramos a los ojos—. Te engañan diciendo que luego te cuidarán, pero mírame a mí. Sacrificas todo y acabas sola. Y no, los tiempos no han cambiado, lo veo en mis hijas: ellas acabarán igual.

 

«[...], su esposa lo abandona porque él no quiere tener hijos. Es que ¿a quién se le ocurre traer niños a un mundo así? ¿Se entiende? ¿Puede alguien culparlo por pensar de esa manera? Para él traer un hijo a un mundo donde las peores pesadillas pueden volverse reaidad es lo más sádico que podemos hacer. Como mínimo, es un acto egoísta».

Liquidación, Imre Kertész

 


Segunda finalista: “Perdón" de Asunción Porta Murlanch. XV Cibercertamen Hipatia de Alejandría de literatura breve de ANIM.


Asunción Porta Murlanch nació en Sariñena (Huesca) actualmente reside en Cuarte de Huerva (Zaragoza). 

Ha ejercido como maestra durante cuarenta años, los últimos veinte en el CEIP La Laguna de Sariñena donde ha participado en distintos proyectos educativos lo que le ha llevado a dar charlas y cursos de formación sobre convivencia, mediación escolar,  creatividad, etc. en colegios públicos y privados, centros de profesorado y congresos. 

Una vez jubilada se dedica a practicar su segunda vocación: escribir.

Algunos de sus  relatos han obtenido distintos premios  destacando el primero  del CONCURSO INTERNACIONAL DE RELATO CORTO “MELIANO PERAILÉ” (2019) convocado por la Fundación 1º de Mayo en Madrid,  el segundo premio del CONCURSO DE MICRORRELATOS  DE ARAGÓN NEGRO (2022) y el primer premio del CONCURSO DE GUIONES convocado por la revista Letras 2023 del Centro Penitenciario de Daroca.  Otros han quedado finalistas formando parte de varias antologías.

Ha publicado Crisálida Ed. Círculo Rojo (2019) su primera novela de ciencia ficción, Pequerrimas (2021) Ed. Interludio (Zaragoza) es un libro de poesía infantil cuyos derechos de autor son para ASPANOA (Asociación de Padres de Niños Oncológicos de Aragón),  Clarión (2023) un libro con una selección de sus mejores relatos, poemas y reflexiones editado en Amazon. En breve saldrá su último libro editado por Pregunta (Zaragoza).

El 16 de noviembre de 2022 recibe en Sariñena el  premio “VIVIR MUJER MONEGROS” en el apartado de EDUCACIÓN en su primera convocatoria.

Perdón

Necesito escribir esta historia, lo haré por mis hijos, para que ellos cuando  la cuenten a los suyos no tengan que inventarla. Aquí, mientras los espero. Todavía queda un poco de luz. Los barcos aún no han vuelto. Dicen que son los últimos. Escribiré a pesar de que el dolor que me corroe y la impotencia de sentirme nadie nublen mi entendimiento. Cuando lleguemos los tres a un lugar seguro y haya camas y noches tranquilas los sentaré delante de mí y la leeré una y otra vez. Hay hechos que formarán parte de su identidad por muchas generaciones que pasen,  y este será uno de ellos.

Recuerdo esa noche, la siento lejana y fue ayer. Somos muchos. Escondida entre los más fuertes miro al mar, ruge negro y frio. Me coloco en el centro del grupo, así me siento más segura. Agarrados a mis faldas estáis vosotros, mis hijos. Sois muy niños. Sujeto con obsesión vuestras cabezas contra mi cuerpo. No penséis, no sintáis miedo. Yo os protejo. Mi seguridad es la vuestra. Con mi mirada os quiero trasmitir mi fuerza. Tranquilos, hijos míos, todo irá bien.  De vez en cuando miro hacia arriba y disimulo porque desconozco quién me protege a mí. No quiero pensarlo. 

Fue una decisión muy difícil pero os lo explicaré para que cuando seáis mayores lo entendáis. Vinieron varias veces a buscaros, os cogían de un brazo y os meneaban, os examinaban con esa sonrisa de placer porque sentían mi dolor, y se iban porque esperaban que estuvierais un poco más fuertes, y yo suspiraba. Os querían llevar a su guerra, querían enseñaros a matar, a no sentir amor, ni pena, ni siquiera asco. Y hui. Vendí mi casa, mi ropa, mis trastos, siempre hay alguien que  necesita hasta los trastos más viejos y rotos en aquella mísera aldea. Y hui.

Yo quise marchar de allí mucho antes, antes de ser madre, había visto lo que les había pasado a mis vecinas y hermanas y dudaba poder soportarlo. No pude elegir, vuestro padre lo hizo por mí. En la aldea lo hubieran mirado muy mal. Los hombres deben perpetuar su especie.  Si eres una mujer fértil después de un hijo viene otro, de tu marido, de los violadores que vienen cuando él se va, da igual, todos sois hijos. Y cuando os tuve todo cambió. Dejé de ser yo para ser vuestra protectora, para buscar alimento cuando mis pechos se secaron, para hacer lo que fuera por sacaros adelante en una aldea que la miseria y la enfermedad lo invaden todo.  Nadie llora, ni siquiera se habla, no sirve para nada. El silencio de las mujeres, lo llaman.

De vuestro padre hay muy poco que contar. Venía de vez en cuando y luego se iba a la guerra, no preguntaba, ni hablaba, ni siquiera nos miraba, sólo bebía y dormía. Desde la última vez que se lo llevaron ya han pasado más de tres años y nunca más he sabido de él. Recuerdo ese día porque tú, mi niño pequeño acababas de nacer. Quizás haya muerto. Supe salir adelante. Empecé a cocinar para los demás. Hay viejos que no pueden hacerlo y me daban lo poco que cogían de la tierra y yo lo cocinaba, el pago era  que siempre  sobraba algo para vosotros.

Arropados por los demás, enfrente del mar, os canturreo para animaros. Mis canciones siempre os tranquilizan, en voz muy baja, como cuando os acunaba. La letra dice que  ya estamos muy cerca, que podría ser ese el país la tierra que buscamos, esa que nos permita vivir en paz. Sólo unos pocos kilómetros de mar nos separan de nuestro destino.

Todos los que estamos allí sentimos  otro nacer cerca, sólo hay que cruzar. Una extraña euforia nos contagia. Falta muy poco, está el mar por medio. Y el dinero. Yo ya lo he entregado. Todo lo que tenía. Sólo me quedáis vosotros, la ropa puesta y unos puñados de frutos secos y pan duro en los bolsillos. No sé puede llevar nada más. Esas son las órdenes.

Nos han hecho tirar las mochilas en un montón, a cambio, seis o siete personas más pueden salvar su vida. Hay que ser solidarios con los demás, nos gritan, aunque sabemos con toda seguridad lo que harán con nuestro mísero equipaje  cuando partamos.

En las caras llevamos marcadas con cincel las piedras de cada uno de los caminos. Surcos llenos de arena y humedad que en la oscuridad ennegrecen hasta las tímidas sonrisas cuando un hilo de esperanza se hace un hueco entre tanta desazón.

Ya llega el cayuco. No hay tiempo que perder. No lo pueden acercar a la orilla, con tanto peso sería imposible moverlo después porque puede quedar encallado en el fondo. Nadie duda en mojarse, en introducirse en el agua negra y revuelta que ruge con una bravura desconocida. Te cojo a ti mi niño pequeño en brazos y a ti mi niño mayor el agua te llega al pecho y te agarras   con fuerza a mi brazo. Tranquilos, os sujeto bien de la ropa, no os suelto, os digo una y otra vez. 

Nos sentamos. Nos abrazamos. Comienza  el viaje. El combate de unas olas con otras hace que no percibamos nada más. Seguro que muchos pensamos que es mejor así. La esperanza y la ilusión se desvanecerán si oímos los sollozos y gemidos de hombres, de mujeres, de bebés. Y necesitamos esa esperanza para que nos caliente el interior.

Hijo mío. No me mires así. Ya sé que no lo entiendes. Te robé de tu cama caliente, de los juegos en el campo, de los arrumacos y canciones de tu abuela, pero ha sido pensando en ti, en tu hermano, en mí, incluso en los que vendrán.  Cuéntaselo así a todos ellos, para que nunca me odien por lo que estoy haciendo.

La barcaza empieza a navegar hacia el vacío. El mar por unos minutos se queda en calma y nos regala una alfombra hacia su interior. A las pocas horas empieza a enfurecerse, nos levanta y nos baja, nos agita y empiezan los gritos que se mezclan con los bramidos de las olas. Huele a salado y a vómitos, a orines y a sangre. Nos encogemos y nos apretujamos contra el suelo de la barcaza, llenamos con nuestro cuerpo cualquier hueco que ya no hay, buscamos un cascarón donde refugiarnos. Si el Dios de las nubes nos mira no verá ningún ojo, ni manos, ni tripas. Sólo cabezas metidas entre las piernas. Unos cuerpos se confunden con otros. El miedo se funde con los pedazos con los que se rompe el cielo encima de todos y nos posee.  Nuestros corazones rugen acelerados y entonces se hace el silencio. Al cayuco le crujen los huesos, está herido de muerte.

Y así lo recuerdo. Y después todos gritan, yo no puedo, necesitáis sentirme como  un amarre seguro. El mar nos empuja contra el cielo, el cielo nos escupe una y otra vez, los cuerpos se revuelven y acaban por caer. Todos caemos en aquella enorme caldera que hierve en hielo.

, mi pequeño te sujetas a mi cuello y gritas, hasta entonces no lo habías hecho. No te oigo a ti, mi chico mayor. Un trozo de barco, o de pie, u otra cabeza,  algo muy duro me golpea muy fuerte. Ya no recuerdo nada más.

Cuando  despierto estoy tumbada en la arena. Han colocado encima de mí una manta seca. No siento nada, sólo veo caras que miran, manos que me tocan, brazos que me voltean. Y de pronto en mi mente os veo, os siento, y el vacío se hace un pozo inmenso y me pongo a gritar; ¡mis hijos!, ¡mis hijos! Os llamo con dolor por la separación pero con esperanza. 

Todavía resuena en mis oídos el eco del asesino mar.

¿Dónde estoy? Miro a mi alrededor, los supervivientes permanecen ordenados en la arena al lado de los muertos en una hilera infinita. Se oyen sirenas, y muchas voces, quejidos, sollozos silenciosos porque el mar se ha tragado la bravura de cada uno,  el ímpetu,  la esperanza,  la vida. Y entonces regresa el olor a sal y a sangre.

Cuando os encuentren seguiré escribiendo.

¿Dónde estáis hijos míos?  Vuestra ausencia me devuelve las energías perdidas y grito con fuerza. ¿Dónde están mis hijos? Ayúdenme a levantarme, necesito saber dónde están, ayúdenme a buscarles. No me entienden. Me incorporo y busco entre los muertos tapados, me fijo en el tamaño de sus cuerpos. No están.

Me señalan al mar y a otro barco que viene con más supervivientes, y muertos y ausentes. Y miro alrededor. No sabíamos que el camino nos podría conducir al otro mundo, a ese mundo del que no se vuelve. No creía que pudiéramos ser nosotros.

Está amaneciendo otro día más. No quiero moverme de la playa, me traen comida. Algunos conocidos insisten que les acompañe, no puedo moverme de aquí.  No sin mis hijos.

Ya no puedo más. Ya sólo sacan muertos. No desisten a pesar de las multas y la poca comprensión.

Me dicen que ya no queda nadie.

Cierro los ojos y me muero por dentro. No sé qué hacer.

Me levanto y le pido a uno de los marineros del barco que guarde este escrito para sus hijos, que ellos cuenten la historia porque los míos ya no podrán.

Debe entender mi lengua porque me dice que sí y me abraza.

Escribo en otro trozo de papel con letras grandes una palabra y le pido que lo tire lejos de esta playa, allá donde van todos los días a buscar sueños, esperanzas y anhelos que ya están hechos añicos.

Sólo una palabra:

¡Perdonadme!

 

Hay lugares donde ni siquiera existe la libertad de decidir ser madre y cuándo.

Hay lugares donde los hijos duelen mucho más.

                                                                                                                                             Gaviota