28 oct 2024

Ganador del XVI Cibercertamen literio d’ANIM : “Tourists go home VS turismo de masas”.


 Sergio Otegui Palacios

Cuando era pequeño y me preguntaban que qué quería ser de mayor, siempre decía lo mismo: “Titiritero”. Mis padres, imagino que asustados por mi decisión, me decían que titiritero mejor como afición, pero que en el día a día debería dedicarme otra cosa. Hoy ya no tengo intención de vivir de las marionetas, pero sigo siendo un amante de las historias y de los cuentos. Supongo que por ello acabé estudiando Comunicación Audiovisual y Publicidad y Relaciones Públicas. Con Audiovisual aprendí a contar relatos y con Publicidad a darle una base económica a esa afición. Además de ello, soy creador de El Fabricante de Nubes, una productora audiovisual que ofrece servicios de vídeo, fotografía y marketing digital a empresas y particulares y autor de Nada Incluido, un blog de viajes reconocido en numerosos certámenes del ámbito turístico. Recibo clases en el Estudio de Escritura Creativa de Zaragoza desde 2020.


Cuento: “CUQUIS Y MUFIS”.

 

Un martes cualquiera, José pasa la fregona por un suelo ajedrezado que tiempo atrás pisaban artistas, famosos y eruditos. El presente es una televisión funcionando a duras penas y un único cliente tomando café vestido con un mono salpicado de pintura. Carmen, colocada detrás de la barra de mármol, pasa la bayeta de forma aleatoria: sus ojos apuntan al programa de cocina que emiten en la tele. 

              Pero, mujer, estate a lo que estás, que a ese ritmo no vas a acabar nunca.

              Carmen no necesita responder para dejar claro que el comentario de José va a caer en saco roto. Cuando decide que la barra está limpia, se acerca a hacer lo propio con la máquina de café, todo un emblema del establecimiento. Cuando su padre abrió el negocio hace ya setenta años, no había en toda la ciudad una cafetera como lo suya, con ese diseño cilíndrico y alargado de color oro. Con el mismo cuidado que le trasmitió su padre, Carmen le saca brillo mientras observa como José se acerca a través del reflejo del latón.

              ―¿Ahora qué quieres? ―pregunta con brusquedad.

              “Nada”, responde José, aunque ambos saben que ese nada no es un verdadero nada.

              Qué quieres ―insiste.

              José ya no responde directamente, sino que se queda un rato en silencio buscando las palabras o, al menos, la forma adecuada de ordenarlas. Mientras ese momento llega, Carmen se recrea en la figura del águila dorada que decora la máquina de café.

              ―Nada… Es solo que ayer estuve leyendo en el interné sobre el café de especialidad de ese…

              El comentario de José golpea como un calambre a Carmen, que se separa de la máquina de inmediato. Acto seguido, se encara con su marido y suelta:

              ―¿Otra vez? Qué pesao eres, joder.

              Carmen sale del mostrador y se mete en la cocina. Aunque el extractor está funcionando a todo lo que da, huele bastante a aceite, lo que confirma que la freidora está lista para empezar a echar los churros. Antes de hacerlo, José se asoma por ahí.

              ―Oye, chatita, pero es que algo habrá que hacer, ¿no?

              La mujer ignora una vez más a José mientras va colocando los futuros churros en el aceite hirviendo. Cuando ya lleva unos cuantos, accede a contestar.

              ―No vamos a cambiar nada. La gente viene aquí por nuestro café.

              ―Ese es el problema, Carmen, que la gente ya no viene―. El comentario enerva a la mujer, que le pide a su compañero que se largue de la cocina, aunque este tiene planes diferentes. ―Pero si no hay que hacer nada del otro jueves, chatita. Solo hay que poner un cartel en la puerta diciendo que tenemos café de especialidad de ese y ya está.

              Carmen sigue molesta y nerviosa, mirando como el aceite va transformando los cilindros de harina en churros.

              ―¿Y eso qué es? ―pregunta.

              ―Pues nada, un café bueno y el nuestro lo es. Pero la gente que no lo sabe, no lo sabe. Y el que lo sabía, pues se ha ido muriendo―. Cuando la metamorfosis del churro se completa, la mujer los saca con un palo y los deja escurriendo sobre una rejilla. ―Y también añadiría, si te parece, que es un café sostenible y de kilómetro cero.

              ―Pero si traemos café de Costa Rica, idiota. ¿Cómo va a ser de kilómetro cero?

              ―Da lo mismo, chatita, si la gente no sabe dónde está Costa Rica. ¿Tú de verdad crees que el dueño de la cafetería de al lado, que va a comprar el pan en coche, que lo he visto, ofrece café sostenible? Pues claro que no, pero se lo inventa y mira qué bien le va.

              Carmen coloca los churros ya escurridos sobre una bandeja, los saca de la cocina y los dispone en la vitrina de la barra junto a un cruasán huérfano. Pese a que casi son las cinco de la tarde, la cafetería se ha quedado vacía: el último, y único, cliente ha dejado el dinero de su cuenta en la mesa. Carmen se asoma a través del cristal de la puerta del establecimiento y resopla al ver el resto de negocios rebosantes.

              ―Pero esos bares están llenos de guiris, chato ―protesta la señora.

              El hombre, que también ha salido de la cocina, se coloca a su lado a contemplar la calle como observaría las obras el anciano que va camino de ser.

              ―Ya, chata, pero es que aquí ya solo vienen los guiris.

              Carmen, que acaba de recordar lo mucho que ha cambiado este barrio en los casi setenta años que lleva habitándolo, pega un bufido y vuelve a su lugar tras la barra.

              Como todos los días, a las cinco, ni un minuto más ni un minuto menos, entra el señor Isidoro fiel a su cita con los churros. “A las cinco y media están un poco pasados y a las seis es como comerse un zapato”, dice siempre para justificar su puntualidad de reloj atómico. Al verlo entrar, Carmen le prepara su media docena con poco azúcar, por si las diabetes, y su café con tres gotas de leche, para no tener la sensación de que los unta en agua. Isidoro tiene más años que la cafetería y solo faltó el día que se murió su mujer y porque le dio por hacerlo de tardes.

              Qué buenos te han quedado hoy, Carmen.

              ―Eso lo dices todos los días, Isidoro.

              El anciano disfruta de su manjar cotidiano mientas Carmen y José lo observan pensativos. Isidoro, que está acostumbrado a que le den palique, se sorprende.

              ― ¿Estáis bien? ―pregunta con la boca llena.

              ―Sí, tranquilo. Cosas del negocio ―responde José.

              Isidoro termina de tragar su segundo churro, bebe un sorbo de café y añade:

              ―Ya sabéis que para mí sois la mejor cafetería de España.

              ―Pero si no has ido a otra, Isidoro ―zanja Carmen.

              ―Pues por algo será ―responde el señor, haciendo reír al matrimonio.

              Una semana después de ese martes cualquiera, también a las cinco de la tarde, Isidoro vuelve estar en el mismo lugar mojando los churros en el café. Allí, además de él, solo están los dueños de la cafetería donde nada parece haber cambiado. Sin embargo, en la calle, la letra de EGB de José anuncia sobre una pizarra de caballete un escueto: “Tenemos café de especialidad de ese”. El cartel, que ha hecho mucha gracia a Isidoro, tarda poco en surtir efecto y atrae a una pareja de pelo cano, piel acangrejada y chancletas con calcetines. Al verlos entrar, Carmen y José se quedan hipnotizados como si hubieran visto a un unicornio. Ante su parálisis, los recién llegados deciden tomar la iniciativa y acercarse a la barra. Carmen, que se ve enfrentándose a una conversación en inglés, tiembla. Churro en mano, Isidoro observa como quien come palomitas en el cine.

              ―¡Hola! Dos cafés de especialidad, pog pafog ―dice la extranjera.

              Carmen respira aliviada y acompaña un marchando” de una sonrisa. José sale de su letargo e invita a los nuevos clientes a ocupar una mesa.

              ―¿Quieren también unos churros? ―les pregunta.

              ―No, gasias ―responde ella.

              José se acerca a su mujer, que espera a que la cafetera del águila, lenta, pero segura, termine de sacar la orden. El marido, aprovechando la ―últimamente poco habitual— sonrisa de su esposa, vuelve a proponer algo.

              Tendríamos que ofrecer cuquis y mufis, que eso gusta a todo el mundo.

              Carmen entrecierra el ojo derecho, su gesto habitual cuando algo le sorprende.

              ―¿Y eso qué es?

              ―Pues la galleta y la madalena de toda la vida, pero más caras.

              Carmen resopla y sentencia:

              Qué pesao eres, joder.

              Un mes después de ese martes cualquiera, también a las cinco de la tarde, Isidoro ya no es el único cliente de la cafetería. Otros tres grupos más de diversos tamaños se reparten en otras mesas del local. Lo que sí que es Isidoro es el único autóctono y el único que sigue apostando por los churros: las cuquis y las mufis han sido la elección de los demás comensales. José charla con unos y con otros, aunque la mayoría no lo entiendan, mientras Carmen prepara sonriente los cafés.

              Tres meses después de ese martes cualquiera, también a las cinco de la tarde, Isidoro tiene que sentarse en otra mesa porque la suya ha sido tomada por un grupo grande. Molesto, le recuerda a José que a él le gusta sentarse cerca de la puerta.

              ―Lo siento, Isidoro. Es que pensábamos que se irían pronto, pero llevan aquí desde las dos. Por lo menos están consumiendo ―le explica.

              Al otro lado del mostrador, Carmen trabaja a destajo preparando cafés y cuquis y mufis y los churros de Isidoro. Está contenta por ver el local lleno después de tanto tiempo, pero inquieta porque la cafetera del águila no trabaja al ritmo que demanda la clientela. José, que huele sus malestares a kilómetros, se acerca a interesarse.

              ―Creo que va a haber que cambiar la máquina ―dice ella.

              José no responde nada, solo le pasa la mano por la espalda y la acaricia con cariño.

              Seis meses después de ese martes cualquiera, también a las cinco de la tarde, la cafetera del águila descansa en paz bajo un manta en un rincón del almacén. En su lugar, una flamante máquina preara seis cafés a la vez a las decenas de personas que abarrotan el local. Isidoro, a quién le han reservado esta vez la mesa, unta los churros en el café. Ese día apenas habla, aunque tampoco escucharía bien con tanto ruido ambiente.

              Un año después de ese martes cualquiera, también a las cinco de la tarde, José pasa la fregona para limpiar un café derramado por el recién estrenado suelo de pergo. El suelo no es el único cambio que ha habido: ahora todas las paredes son blancas y la madera ha ocupado el lugar de lo que antes era de mármol. Las plantas también han llegado al local, pese a que ni José ni Carmen han sido nunca especialmente duchos en su cuidado. Todas las mesas de la cafetería están llenas, excepto la que siguen reservándole a Isidoro. Pero Isidoro, pese a que se ha duchado, se ha vestido, ha cogido dinero, ha salido de casa y ha venido andando hasta la cafetería como todos los días, se ha dado la vuelta sin entrar.

             

 

Primer finalista del XVI Cibercertamen literio d’ANIM : “Tourists go home VS turismo de masas”.


 

Rocío Areal

Nació en Buenos Aires (1984), ciudad en la que se graduó en Turismo y Periodismo Turístico. Desde el año 2014 se encuentra al frente del contenido histórico-cultural de la Pulpería Quilapán, centro cultural, casa museo y club social situado el centro histórico de la ciudad. Diez años de historia e historias plasmados en el libro Pulpería Quilapán, historia de de los pulperos en Buenos Aires, publicado en 2023 por el sello editorial Senda Florida (Buenos Aires-Madrid). Un relato ficcionado en el que se repasan no solo los inicios del proyecto, sino los hallazgos y avatares de su histórico solar; un camino transitado en paralelo a los acontecimientos nacionales que marcaron cada época.

Continuando con el ámbito literario, su relato Vuelo raso ha resultado finalista del XXXIII Premio Ana María Matute de Relato (2021); siendo publicado en volumen de Colección ETC, de Ediciones Torremozas (Madrid). 

Asimismo, se desempeña como colaboradora freelance en medios digitales, tanto en el ámbito local como internacional; especializándose en viajes y destinos, historia, arquitectura, arte y sustentabilidad.

Cuento: “ELLOS”

 

Una vez más, la náusea. Ese hastío rancio que se empasta en la boca con las primeras luces del día, como el rastro de un bocado feo. «Hoy puede ser distinto», pienso. Quizá digo. Entregada aún más al sueño que a una convicción despierta. Hasta que el roce del aire tibio me recuerda, todavía es verano. Todavía el sol es lo suficientemente longevo como para prolongar mi cautiverio, para condenarme, una vez más, a mi solitaria reclusión.

Ellos vendrán. Sí, de seguro vendrán. Será cuestión de horas, de esa suerte de cronometrado indulto en el que mi libertad es tan breve que hasta se torna nostálgica, como un recuerdo aún no vivido.

Abro sin temores las ventanas de la casa y dejo que la luz la llene, que la brisa salitrosa me salpique, que el verde del jardín se me infiltre en los ojos. Miro mis manos y creo ver como sus pliegues se alisan, como sus manchas se desdibujan. ¡Bella giovinezza! Si la juventud retornara a mi cuerpo; si fuera capaz de regresarme a esos años tan libres, tan sueltos de amenazas, de miedos… No puedo sino recordar, cuando no descreer, que no hubo sitio mejor en el que apartarse del mundo que el que aquí me tiene. Y del que, pese a todo, me niego a partir.

Como una piedra preciosa al oficio de su joyero, supo ser mi tierra un diamante en bruto. Y acaso tan perfectamente pulido por las aguas del Tirreno que pintores, poetas y demás artistas vaya si lo procuraron en busca de su mejor musa; esa inspiración capaz de germinar una obra a la altura, de una belleza igual.

Claro que nadie anticipó al gran Augusto. Como un visionario, el imperatore fue quien reveló por estos lados lo hasta entonces ni siquiera sospechado: lanzar anclas al cielo era posible, y a tal suceso invitaban estas orillas. ¿Será que este antecedente lo explica todo? El sentirme así de vencida, cual emperatriz derrocada y sin más verdugo que la propia circunstancia.

 Paladeará mi boca ese dulzor de la victoria mientras el tiempo se mantenga así, en su andar ordinario. Más cuando las agujas corran, cuando los minutos inicien su fatal cuenta regresiva, ya no quedará imperio alguno; ya no será éste mi palacio. Serán sus muros lo endebles que un papel, lo traslúcidos que un vitral. Y no habrá al fin otros responsables más que Ellos, tan disímiles en sus rostros, en sus orígenes, como coincidentes en sus armas. Artilugios que, desentendidos de latitudes, parecen gozar de un mecanismo universal.

    Sus voces, llevo más de dos décadas resistiendo el embiste de sus voces. Sí, esa indescifrable madeja de palabras y risas que se eleva desde la Marina Grande como un cotorreo frenético, como una alarma que advierte su llegada  y obliga a atrincherarse lo más rápido posible. ¡Silenzo, prego!  Si es que ya puedo oírlos a lo lejos; si es que ya sé cómo ha de continuar la historia.

Sus pasos, a las persistentes voces —esas que acallan a destiempo y, por tanto, nunca lo hacen por completo— han de sumarse sus pasos. Solo que la maravilla en redor demorará su avanzada: escoltarán Ellos las pedregosas costas, consumirán su tiempo a bordo de infinitas naves y arrugarán así el terso lienzo azul que abraza a esta tierra. ¡Siamo circondati!  Y lo estaremos por cuanto dure la estancia marítima, el fervor por los corales y las grutas, la novedad por ese hipnótico zafiro que viste las aguas en los más insondables rincones costeros.

Restará entonces la toma de la tierra firme, del destino prometido; y el hecho no insumirá piedad. Coparán Ellos las zigzagueantes calles, los panorámicos miradores y hasta toda cuanta porción de verde encuentren a su alcance. ¿Dónde han quedado las épocas en que Lenin y Neruda llegaban aquí en busca de calma e inspiración?

Endebles y traslúcidos, sí. Los muros de mi hogareño bastión no podrán ante su poder, ante la fuerza que ratifican día tras día. Sólo bastará que el tiempo de mar acabe para que su misión territorial los aglomere en el empinado sendero que conduce al corazón del pueblo, a la piazza Umberto I y sus alrededores. Y yo allí, en el camino, a la vera de la sinuosa escalada de piedra en la que cada pisada se multiplica en su potencia, en el estruendo que propician las suelas cansadas, los cuerpos pesados, sedientos y fatigosos. Todos y cada uno, víctimas del calor rabioso y la no menos feroz topografía.

     ¿Que si alguna vez creí posible su rendición? Jamás. Bien sé que nunca se darán por vencidos, que unidos siempre harán la fuerza. Y será ésta tan brutal que las paredes comenzarán a temblar, los pisos a resquebrajarse, la intimidad a flaquear, a desnudarse ante la desprotección a la que Ellos la someten. Ellos y su caminar incesante; Ellos y sus miradas indiscretas, propiciadas por esos ojos escrutadores a los que no enceguece ni la más penetrante luz del sol.

¿Y entonces? ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más que rendirme a las reglas del juego y esperar, a puertas cerradas, por su partida? Solo que el día se torna tan extenso, tan inconcluso, que pierdo ya noción de cuánto tiempo llevo recluida. ¿Será que de una vez se dignaron a marcharse? Es entonces cuando salgo a la intemperie y acabo por arrepentirme, por retroceder ante el sobresalto que provoca cada nuevo rostro asomado por encima del portón, de la suerte de inútil tapia en la que se ha convertido el paredón que antecede a mi casa. A mi huerta. A mi jardín. A mi mundo.

 ¿Qué puedo ofrecerles yo? ¿Qué esperan encontrar? ¿Acaso nada les basta para saciar su sed de postales, de panorámicas de película? Ya no están aquí Lenin ni Neruda, tampoco el imperatore Augusto ni su sucesor Tiberio. Ya no hay sofisticación alguna más que la coquetería de cafés, tiendas y hoteles; que el confort tan bien resuelto por los cochecitos eléctricos, siempre listos para el transporte de equipajes y demás pertenencias por las callejas del pueblo. Es que no querrán Ellos cargar con otro peso más que el propio ni aventurarse a las tortuosas cuestas con mayor bulto que el de sus cuerpos. Pues, por sobre todo, no querrán que su estancia, más breve o extensa, los agote en demasía.

Querrán Ellos el descanso de los emperadores, la inspiración de los artistas, el calor veraniego que envuelve, que abraza, que asfixia, que encarcela; que no deja vivir.

 El otoño. No será sino el fresco del otoño, de las lejanas ciudades y sus oficinas, esa bocanada de libertad tan precisa; ese soplo revitalizante que es la estela de su partida.

Vaya una a saber a qué remotos sitios Ellos se marchan. A vivir qué vidas, a atravesar qué clase de rutinas. Todo cuanto les sea suficiente, por qué no demasiado, para emprender el regreso. Porque Ellos regresarán. Sí, de seguro regresarán. Cuando la primavera acelere su curso, Ellos regresarán. Y los amaneceres, tan tibios en su aire, volverán a ser lo que siempre, incluso en el reiterado destino de mis primeros pasos.

De pie en mi habitación, procuro el almanaque de bolsillo que descansa en el cajón de la mesa de luz. Septiembre, jueves 8 de septiembre. El verano y su epílogo encienden la esperanza, nutren mi calma. Dentro de poco, Ellos mermarán su arribo; Ellos ya no vendrán. Los turistas ya no vendrán.

                                                                                                     

Isla de Capri, Italia. 2016.

 

Segundo finalista del XVI Cibercertamen literio d’ANIM : “Tourists go home VS turismo de masas”.

María Muñoz Serrado


Cuento: “REGRESO A ÍTACA”


Un puñado de marineros se agolpa en la proa del barco, sus ropas hechas jirones y sus caras sucias y cansadas cuentan la historia del largo viaje. Frente a ellos, los rayos del amanecer dan un aspecto fantasmagórico a la bahía de Vathí, un puerto natural de la añorada isla de Ítaca. A sus espaldas, apoyado en unos sacos raídos, Ulises duerme profundamente.

Sin embargo, la isla que se va descubriendo a medida que avanzan, no es la isla que recuerdan. Decenas de casitas pintadas de colores a lo largo de la bahía le dan aspecto de decorado, cerca de la costa numerosas embarcaciones blancas y compactas se mecen en el agua. Al acercarse pueden ver que los barquitos están habitados por personas con poquísima ropa que beben vino en la cubierta y se tumban bajo el sol; las casitas, por otro lado, parecen igualmente plagadas de gente con extrañas ropas de colores, entran y salen de ellas con las manos ocupadas, algunos se sientan en mesas a la entrada de alguno de los edificios y comen y beben, otros grupos parecen seguir con ansia a una persona que ondea una bandera en lo alto. Cuando llegan al puerto los marineros no dan crédito, el gentío es tal que apenas se puede poner un pie en tierra firme, el ruido es ensordecedor. Se miran los unos a los otros y no necesitan ni hablar para saber que están todos de acuerdo. Cogen con delicadeza a Ulises, que sigue profundamente dormido, y lo dejan en un estrecho pedazo de playa que se abre junto al puerto. Suben al barco y huyen de allí tan rápido como pueden. Ulises, al fin, está en su añorada Ítaca.

Una voz femenina saca al héroe de su letargo: “Has llegado a casa, pero te la han usurpado, Ulises.” La cara familiar de Atenea se presenta ante él. Aturdido, mira a su alrededor. El paisaje pedregoso y agreste le recuerda a su Ítaca natal, pero algunas cosas no encajan. Sobre las casas se ven carteles con inscripciones incomprensibles en un alfabeto desconocido: “Starbucks”, “Change here”, “Holiday Inn”, son innumerables. Tampoco puede reconocer a sus vecinos, cientos de personas con atuendos absurdos se pasean de aquí para allá, se paran de repente en posturas ridículas mientras algún otro sostiene un rectángulo metálico a poca distancia. Ulises no entiende nada y su rostro se lo deja claro a Atenea. “No hay nada que entender, lo importante es que nadie sepa que estás aquí. Ponte esto para que no te reconozcan y te mezcles con el gentío.” Ulises toma entre sus manos unas piezas de tela que no ha visto nunca, no sabe por dónde empezar. “No te entretengas, vamos, cámbiate. No puedo quedarme. Mucha suerte.”

Veinte minutos después y tras innumerables confusiones, Ulises se pone en marcha oculto bajo un disfraz que para él no tiene ningún sentido: unos pantalones cortos con bolsillos a los lados, una camiseta insospechadamente elástica con una inscripción que dice “Alguien que me quiere mucho estuvo en Benidorm y se acordó de mí” (signifique eso lo que signifique) y unos calcetines con unas sandalias marrones. En la cabeza un tocado de tela con visera. Así ataviado, Ulises pone rumbo a su palacio.

“¡Ulises!¡Ulises! ¿Eres tú? No me lo puedo creer…” Un rostro conocido aparece entre la gente. “¡Eumeo! ¡Amigo mío!”. Se abrazan brevemente, se golpean las espaldas con fuerza. “Pero Ulises, ya todos te dan por muerto, ¿cuándo has llegado? ¿Cómo? ¿Qué llevas puesto?”. “Bueno, bueno, intento pasar desapercibido, ya te contaré. ¿Y tú? ¿Dónde has dejado las cabras?”, al preguntar por las cabras Ulises mira la estampa con más atención. Eumeo, con un tocado similar al suyo y un delantal, se sitúa en una extraña carreta, la gente se aposta en un lateral y él va sirviéndoles pedazos de carne con pan. “Ay, mis pobres cabras… Ítaca ya no es lugar para pastores… Cuando empezaron a llegar los turistas y a construir hoteles se fueron perdiendo los campos y los prados. Hay que actualizarse, Ulises, así que vendí el rebaño y me compré esta foodtruck. Les encanta el gyros a los guiris.” Ulises apenas entiende un puñado de las palabras de Eumeo, pero asiente con firmeza ocultando su ignorancia. “Cuídate mucho, Eumeo, cuídate. Me voy, quiero llegar al palacio lo antes posible, no puedo entretenerme. No le digas a nadie que me has visto.” La cara de Eumeo cambia de repente, una expresión a medio camino entre la compasión y el hartazgo se instala en su rostro. “El palacio, el palacio… Qué tragedia, Ulises… Pobre Penélope, lo que ha sufrido peleando contra esos buitres. Pero poco ha podido hacer. Si vas deprisa, igual llegas antes del desahucio del viernes; si vas despacio, llegarás para verlo convertido en pisos turísticos.” La palabra “desahucio” resulta hueca en la mente de Ulises, pero entiende que la situación es grave, así que se ahorra la humillación de pedir aclaraciones y se despide apresuradamente de su amigo con otro poderoso golpe en la espalda.

El camino a palacio es largo y tedioso, la isla parece aún más árida que cuando salió de ella y el bochorno lo invade todo. En lugar de tierra y roca, todo parece invadido por una piedra lisa y oscura que supura calor, sobre ella se desplazan enormes carretas sin caballos que hacen arder el aire a su paso. Ulises siente las ropas húmedas y pegadas a su cuerpo. Al subir un repecho el palacio se presenta ante él, en la lejanía lo reconoce perfectamente, tiene el mismo aspecto que ha tenido siempre. O casi el mismo. Un grupo de gente que apenas podría llamarse multitud se agolpa a la entrada, gritan y cantan, transmiten algo a medio camino entre el jolgorio y la actitud beligerante. El grupo está cercado por una serie de individuos uniformados, aunque no reconoce su indumentaria, Ulises considera que deben de ser soldados. Le llaman la atención unas sábanas que cuelgan de los balcones en los que se puede leer “El palacio se queda” y “Fuera buitres de Ítaca”.

“Hoy nos plantamos frente a los especuladores, hoy decimos basta a un sistema que pone el beneficio de unos pocos por delante de nuestra propia vida, hoy defendemos el palacio de los fondos buitres y plantamos cara a quienes convierten nuestra isla en un parque temático.” Un joven con el pelo y la barba descuidadas se dirige a todos los presentes desde lo alto de la escalinata del palacio. “¿Quién es ese mendigo al que todos escuchan?” pregunta Ulises para sí mismo. “Si va usted a ser un Neanderthal, al menos no exhiba públicamente sus prejuicios y hable con respeto de todes. Ese es Telémaco, el hijo de la mujer a la que van a desahuciar. Ha llegado desde Alemania, donde se fue a trabajar, para apoyar a su madre. Merece nuestra admiración, no sus comentarios de mierda.” Ulises ha dejado de escuchar a la muchacha que le habla con tono agresivo. Ha dejado de escuchar en el momento en el que ha mencionado el nombre de su hijo. Ahora lo mira absorto, boquiabierto. “Mi madre, una madre soltera que tuvo que sacar adelante a su familia sin ayuda y sin apenas ingresos; una víctima, pero también una superviviente del patriarcado y de las más feroces expresiones de la masculinidad tóxica; mi madre, una mujer que ha luchado toda su vida, se enfrenta a un enemigo terrible. El proceso de turistificación que devora nuestra isla se ceba ahora con el palacio de mi familia, lo único que nos dejó mi padre antes de abandonarnos, la única seguridad de mi madre. Hasta hoy. Hoy es el día en el que las grandes corporaciones quieren echarla de su casa para hacer hueco a más y más turistas. Pero eso no va a ocurrir. No lo vamos a permitir. ¡No pasarán, no pasarán!” Todas las personas alrededor de Ulises gritan al unísono “No pasarán, no pasarán, no pasarán.”

Ulises se pone en guardia, ese cántico no puede ser sino un canto de guerra, la señal para que dé inicio la batalla. Sin embargo, nada se mueve. La muchedumbre sigue cantando, pero no avanzan contra los hombres uniformados, que son claramente sus enemigos. De repente, a Ulises se le nubla la vista, le fallan las piernas, se desorienta, se pierde. En lo alto de la escalinata aparece Penélope. Tan solo algunos mechones de pelo gris hacen pensar que han pasado veinte años. “Veinte años, veinte años llevo soportando las proposiciones de tantos y tantos pretendientes que vienen buscando mi palacio: cadenas hoteleras, multinacionales, fondos de inversión. Todos acechando, año tras año, para echarme de mi hogar.” Aplausos y vítores. “Y durante estos veinte años he rechazado a todos, en parte por orgullo y en parte por un amor ciego que me hacía pensar que volvería el que un día me abandonó.” Abucheos. “Pero hoy han vencido ellos, han encontrado la forma de expulsarme, de quedarse con mi palacio. Hoy mi espera ha terminado.” La multitud protesta, se opone. Penélope baja las escaleras. Los cánticos se intensifican y una piedra vuela hacia los extraños soldados uniformados. Estos, como si hubieran estado esperando la señal, alzan las porras que llevan y se echan sobre la multitud. La gente corre, Ulises se queda allí, de pie, aún cegado por la visión de Penélope. Una porra cae sobre su costado derecho, otra impacta en la rodilla, se derrumba en el suelo, no puede contar el resto de los golpes, son muchos. Cuando la tormenta amaina, una mano lo ayuda a levantarse. “Ulises, ¿de verdad tenías que volver precisamente hoy?” Penélope se presenta ante él con una dignidad y un aplomo que la edad no ha hecho más que aumentar. Ulises se desmorona, desencajado llora por su palacio, por su reino. “Ea, ea, ya es tarde para esto Ulises. Ya hemos sido derrotados. Probaremos a empezar de nuevo en otro sitio. Pero antes tienes mucho que explicarme, bueno, y tienes mucho que entender…”

Un sofocante calor, poco común para el mes de mayo, se cuela por las ventanas mal selladas del piso de Penélope y Ulises. Desde que llegaron a Egaleo, en la periferia de Atenas, las cosas han ido ordenándose poco a poco. Penélope ha encontrado un trabajo a tiempo parcial como teleoperadora. Ulises es reponedor en un hipermercado de la ciudad. La voz de Ulises rompe el silencio doméstico. “¿Has pedido ya las vacaciones? Yo tengo que cogerlas la segunda quincena de agosto necesariamente, dice mi jefe”. Penélope levanta la vista de los folletos que tiene entre manos. “Bueno, la última de agosto trabajo seguro, pero podemos coincidir la tercera. He estado mirando opciones, ¿has visto el todo incluido en Croacia que te pasé? Está muy bien de precio…”

 

JULIANA MOL


14 abr 2024

Hasta el 18 de julio, XVI Cibercertamen literario “TOURISTS GO HOME VS TURISMO DE MASAS"


 

Con la llegada de los vuelos baratos y cruceros potenciando los tradicionales medios de viaje se ha democratizado el viajar. Hacer turismo ha dejado de ser un privilegio al alcance de pocos.

El turismo de masas se ha convertido en  un motor económico muy importante que da trabajo y negocio a mucha gente. Lo que por un lado es interesante y deseable, el acercar culturas distantes y diferentes, tiene también su cara oscura.

El turismo masivo ha provocado:

-    Que fondos de inversión o particulares se dediquen a invertir en viviendas para su alquiler como pisos turísticos, resultando mucho más rentable que  el alquiler para el uso tradicional de hogar, dulce hogar, convirtiendo en una quimera el derecho constitucional a la vivienda. Ello ha provocado que mucha gente no pueda acceder al mercado de alquiler en condiciones aceptables; tenemos el ejemplo de maestros y enfermeras con trabajo estable viviendo en caravanas en las islas baleares y otros lugares.

-       La gentrificación de las ciudades con la expulsión de los habitantes tradicionales al aumentar los precios de los alquileres y la desaparición del comercio tradicional sustituido por tiendas para satisfacer las “necesidades” del turismo (tiendas de recuerdos, bares, restaurantes…)

-       La conversión de los centros de las ciudades en parques temáticos turísticos suponiendo la pérdida de identidad de aquellas con más atractivo; más allá de sus monumentos, los centros de las ciudades son casi todos idénticos. Centros masificados donde no se puede ni andar debido al volumen de gente.

-       Fuera de la ciudad el problema es prácticamente el mismo. Lugares donde la naturaleza debe ser protegida limitando el acceso al público para salvaguardarlos de la masa de visitantes. Un ejemplo: la subida al Everest llena de basura y restos de equipos  de expediciones, o los accesos a parques naturales…

-       Una problemática medioambiental en cuanto a los consumos de agua (campos de golf, piscinas, hoteles…), gestión de residuos, la contaminación ligada a los vuelos y a otros medios de transporte, destrucción de habitáculos naturales, todo ello inmerso dentro de la carrera para combatir el cambio climático.

-       Así mismo, ha dado lugar a un cambio de hábitos que lo han convertido en un objeto de consumo más; recolectamos fotos, lugares y experiencias sin mezclarnos con la población local, sin conocer su cultura, convirtiendo el viajar en un marcar lugares para la colección al dictado de las modas turísticas (lugares igual de bonitos sin gente por falta de promoción y otros saturados de turistas)

-       Genera una presión para que no nos sintamos menos que los demás que conduce a una obligación de viajar fomentada por las redes sociales y la vida de escaparate: yo también viajo y si puede ser más lejos y más exótico…

 ¿Se ha convertido el turismo en una plaga y en cierta obligación? ¿Es compatible la sociedad del ocio con la vida en las ciudades con cierto atractivo? ¿Podemos mantener a nivel medioambiental este tipo de turismo masivo?

Esperamos que vuestros cuentos profundicen en estas cuestiones y otras similares.

De todo, parte o algo de eso deben tratar los cuentos de este año para el XVI Cibercertamen de cuentos de ANIM (Premio Hipatia de Alejandría)

Explícanos tu punto de vista. Participa. Haznos llegar tu parecer en forma de cuento o de relato corto a animcontacta@gmail.com antes del 18 de julio. El ganador del concurso será galardonado con el Premio Hipatia de Alejandría 2024, premio dotado con 300 € que patrocina el organizador, ANIM.

Bases del concurso “TOURISTS GO HOME VS TURISMO DE MASAS”.

1. Podrán participar, sin perjuicio del lugar de nacimiento o de residencia de los autores, los cuentos y relatos inéditos que además reúnan las condiciones que se detallan a continuación.

2. Las obras podrán estar escritas en español o en catalán.

3. La extensión de las obras no podrá exceder de 12.000 caracteres incluyendo los espacios.

4. El contenido de las obras tendrá que versar o estar relacionado con las reflexiones expresadas anteriormente.

5. El envío de los originales se hará por correo electrónico, no se admitirán los envíos por correo postal.

6. El envío por correo electrónico contendrá dos archivos adjuntos:

6.a. El relato, que deberá ir firmado con el pseudónimo y enviado en formato texto (word o similar).

6.b. La plica, en la que se hará constar: pseudónimo, nombre y apellidos del autor, dirección actual, teléfono y correo electrónico de contacto. El nombre con que se identifiquen los dos archivos será o el título del cuento o el pseudónimo del autor.  NO se admitirán correos que contengan más de un cuento. En todo caso, deberá enviarse un correo por cuento con su correspondiente plica.

7. La dirección electrónica para participar es animcontacta@gmail.com. También se podrá participar desde la página web www.lleidaparticipa.cat/anim.

8 La admisión de obras a concurso finalizará el 18 de julio de 2024.

9 ANIM, entidad convocante y organizadora, se reserva el derecho de editar los cuentos a través de cualquier tipo de apoyo.

10. Los autores mantendrán en cualquier caso los derechos de autor.

11. El Jurado estará formado por personas designadas por la organización. La composición del jurado se dará a conocer en el momento de hacer público el veredicto. Los miembros del Jurado no podrán participar en el concurso.

12. Durante el mes de octubre de 2024 se hará pública la decisión del Jurado, la cual será inapelable. La organización difundirá el veredicto a través de los medios de comunicación y hará constar: el ganador, la fecha y el lugar de entrega del premio.

13. El ganador recibirá el Premio HIPATIA de ALEJANDRÍA 2024, dotado con 300€ que patrocina el organizador.

14. La participación en el concurso implicará la aceptación de las bases por parte del participante. Para cualquier situación que no se haya previsto en estas bases se atenderá a lo que disponga el Jurado.

15. De conformidad con la Ley de protección de datos de carácter personal, la organización advierte que los datos de los participantes se incorporarán a un fichero que utiliza para difundir información de sus actividades. El titular podrá ejercer los derechos de acceso, rectificación, y cancelación, enviando una petición escrita a ANIM.